Prosa aprisa
La forma de vestir
Arturo
Reyes Isidoro
En cuestión
de gustos habrá quien diga que los colores de su vestimenta sí combinaban;
otros, que no. Pero todos estarán de acuerdo en que no vestía apropiadamente
como corresponde a su investidura y para la relevancia y la fecha del acto que
se trataba.
Ahí
estaba el gobernador de Veracruz, el gobernador –se supone– de uno de los cinco
estados más importantes del país, el conductor –se supone– de un pueblo de más
de siete millones de habitantes, en un acto oficial, vestido con ropa casual como
se vestiría un joven común para ir a un antro, en un acto de una institución
que hace de la formalidad en su vestir uno de sus toques de distinción.
El
representante del Ejército lucía su vestimenta verde de gala, el de la Marina
su uniforme blanco (ambos muy pulcros, bien planchados, sin una arruga), un
funcionario de Gobernación, el Secretario de Gobierno y el alcalde vestían de
camisa blanca y pantalón caqui, como si se hubieran puesto de acuerdo,
aceptables, y el gobernador, un pantalón ¡color zapote mamey ya muy maduro!,
una camisa azul claro de lino con las mangas medio remangadas, reloj negro de
caucho, cinturón café y zapatos café casuales con suela de hule color beige.
¡Válgame
Dios!, me dije. No soy experto en vestidos y cuerpos, en vestuario como
identidad, en forma de vestir-imagen como comunicación, pero haber tratado de
cerca tantos años –30– a gobernantes a mi paso por diferentes gobiernos, algo
aprendí sobre la importancia que tiene el cuidado de la imagen personal del
gobernante empezando por su forma de vestir, a lo que yo agregaría de inmediato
la forma de comportarse.
La
escena tuvo lugar el viernes pasado a orillas del río Pánuco donde hubo un acto
conmemorativo por los 50 años de la aplicación del Plan DN-III-E de auxilio a
la población civil, al que por cierto no vino el presidente Enrique Peña Nieto
como se había dicho con mucha anticipación que lo haría, ni tampoco el
Secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda, como se había anunciado.
En
un artículo de Claudia Fernández Silva, “El vestuario como identidad, del gesto
personal al colectivo”, publicado en: Fernández, C.
(2013). De vestidos y cuerpos. Medellín: UPB., expresa:
“Al
vestirnos, preparamos nuestro cuerpo para el mundo social; por medio de la ropa
que elegimos y su combinación creamos discursos sobre el cuerpo: aceptable,
respetable, deseable, violento o abyecto. Nuestro modo de vestir denota
indefectiblemente una toma de posición, tanto en un sentido de inclusión (a un grupo,
una identificación con un género musical), de exclusión o diferenciación frente
a un referente establecido (familia, compañeros de estudio, otros jóvenes del
barrio). De esta manera, como artefactos culturales, el vestuario y los
diferentes elementos de decorado corporal se convierten en vehículos de
expresión, símbolos de identidad y declaraciones de una preferencia estética,
nuestros cuerpos vestidos hablan y revelan una cantidad de información sin
mediación de las palabras”.
En su forma
de vestir, el joven gobernador proyectaba exactamente el desorden que es y que
tiene su gobierno; una pieza de un color, otra de otro, una tercera de otro
tono; sin uniformidad que lleva a la falta de coherencia; sin orden, que denota
descuido; improvisación porque elije al azar, sin planear, en su caso, ni
siquiera el tipo de ropa y los colores que va a usar al día siguiente o para
tal acto según su importancia; sin darle relevancia a la alta representación
que tiene al no vestir apropiadamente de acuerdo a su investidura, olvidando el
dicho de que como te ven te tratan, lo que explicaría por qué nadie lo toma en
serio y todos le faltan al respeto.
Es evidente
que no tiene un asesor de imagen, que esté al tanto de él, que le sugiera, que
le aconseje, que lo vista de acuerdo a la actividad que va a encabezar o al
acto al que va a ir para que proyecte el mensaje adecuado. Cuidar cómo se vista
un gobernador no me parece detalle menor porque él representa, él es la imagen
de la institución Gobierno del Estado.
La fotografía
Pero, qué
duda cabe, el del cuidado de su imagen personal fue otra de las grandes fallas
que tuvo en su gobierno ya casi a punto de terminar. El 10 de febrero de 2012
publiqué una columna (“La fotografía”) que en su mayor parte transcribo como
ejemplo de lo que digo:
“Viendo la fotografía me puse a pensar si es que
además de viejo me estoy volviendo conservador. Lo sigo pensando. Si yo estoy
mal o si exagero. O qué me pasa, pues por naturaleza me gusta, me encanta la
informalidad en el vestir. Durante muchos años trabajé en el Gobierno y para mí
era un sufrimiento disfrazarme con traje y corbata, usar zapatos formales y
todo lo que ello implica. A veces despierto asustado cuando sueño que para mi
entierro me ponen traje y corbata y todas esas cosas que muchas familias
acostumbran para que, aunque ya cadáver, se vea uno ‘presentable’ (así dicen).
A la mía ya le he pedido que me dejen descansar en paz poniéndome la ropa más
cómoda que hallen, es decir, informal.
Viendo la fotografía me puse a
pensar si ya no veo la vida como la ve un joven…
Viendo la fotografía también
me puse a pensar si es que las reglas de etiqueta, el protocolo, las prácticas,
los usos y costumbres oficiales, también han evolucionado; si ya se han roto o
se pueden romper sin que se cometa alguna falta y si es la moda y se acepta con
toda naturalidad; si han cambiado y no me he dado cuenta y me quedé en el
pasado.
Viendo la fotografía ayer
temprano –ya la había observado en los portales desde la noche anterior, pero
por las prisas no reparé mayormente en ella– en la primera plana del Diario de Xalapa me puse a pensar en lo
que significa representar a una potencia mundial, a una de las siete mayores
economías del globo terráqueo, a una nación prototipo de la puntualidad, de la
etiqueta, que fue el imperio que dominó al mundo entre los siglos XVI e inicios
del XX, que este mes de febrero está celebrando los 200 años del nacimiento de
Charles Dickens, que tiene a una realeza real, cuna del máximo dramaturgo de
todos los tiempos William Shakespeare, que creó al prototipo del hombre de
acción del mundo civilizado, valiente, héroe, seductor y extremadamente
elegante como James Bond, entre otras consideraciones.
Viendo la fotografía me
pregunté si sería motivo de un análisis serio, de una discusión en el aula de
las facultades de periodismo o de comunicación o de estrategias
comunicacionales o áreas afines, de una disección detalle a detalle entre
maestro y alumnos, entre profesionales de imagen y de medios, si es que alguien
la captó o lo captó.
La fotografía, que apareció en
casi todos los medios impresos y en buena parte de los portales informativos,
muestra a la embajadora del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte
en México, Judith Macgregor… en una reunión oficial, protocolaria, de gobierno
a gobierno, teniendo como escenario al centro de ambos las banderas mexicana y
británica y la de Veracruz más grande.
Ella se ve vestida
apropiadamente, pero a mi juicio, y de ahí mi inquietud personal de que yo ya
esté chocheando y viendo las cosas como no correctas, nuestro joven Ejecutivo
debió haberse vestido diferente para la ocasión, totalmente formal, aunque nada
más hubiera sido para la foto, pues aparece con zapatos informales de hebilla
metálica en el empeine, pantalón oscuro, camisa blanca abierta del cuello y sin
corbata, chamarra negra. Acaso su joven sonrisa natural suaviza el contraste,
pero yo le hubiera sugerido la gala. Representa a un pueblo, a un gobierno. Los
visitantes, los ilustres visitantes, debieran llevarse la mejor impresión
personal de sus interlocutores, de sus anfitriones, máxime si son autoridades.
Acaso ya estoy viejo y me
quedé con el pie en el acelerador del pasado. Acaso los hechos, el tiempo me lo
clarificarán, y ojalá y sea pronto para actuar en consecuencia.
Pero si no fuera así, si no
estuviera equivocado, entonces creo que nuestro joven Gobernador, por el que
siento simpatía porque sé que quiere hacer bien las cosas, entonces tiene al
enemigo en casa, a unos asesores que sólo le están sacando la lana, que no lo cuidan
ni le cuidan la imagen, que no le sugieren, que no le indican, que no le
advierten, que no le hacen notar, que no lo aconsejan, que no lo ayudan, que lo
exhiben y lo exponen ante la opinión pública.
No es ético pero hoy día los
asesores y los equipos de imagen, con la facilidad que otorgan los programas
informáticos, truquean o trucan –así también dicen los informáticos– las
imágenes para que sus productos, incluyendo los humanos, tengan el mejor
‘empaque’, la mejor ‘envoltura’, la mejor presentación y ‘vendan’ o proyecten
el efecto que se pretende, para lo cual, en el caso de las personas,
‘maquillan’, quitan arrugas, papada, ojeras, cicatrices, lunares, manchas, o
las ponen, según el caso, pero también ‘editan’, esto es, hasta pueden poner
otro cuerpo a un rostro, es decir, ¿por qué no, si es que yo no estoy mal, se
le ‘cambiaron’, por ejemplo, los zapatos al gober, o en la pantalla se le
‘cerró’ la camisa y se le ‘puso una corbata?”.
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