Las manos que resucitan a ‘El Caballito desollado’ de Ciudad de México
Los investigadores tratan de subsanar la fallida restauración de escultura ecuestre de Carlos IV en 2013
México
La escultura ecuestre de Carlos IV es rosa salmón y azul verdoso, cuando debería ser prácticamente negra. Parece que un grupo de desalmados con botes de pintura ha arrasado la obra conocida en México como El Caballito, pero los verdaderos responsables fueron contratados por el Gobierno de la capital en 2013. El monumento de bronce fundido más grande del continente en el siglo XIX, se convirtió hace tres años en un chiste nacional, en un eccehomoinstitucional. Los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) tratan de resucitar la fallida restauración que se hizo sobre una de las obras más emblemáticas de la capital mexicana.
El Caballito, hoy el desollado, fue bañado por ácido nítricoque disolvió el estaño y el zinc, los elementos menos estables de la aleación del bronce, generando la coloración superficial del cobre que observamos hoy en día. El responsable último de esta mala restauración de hace tres años fue una empresa subcontratada por el Gobierno de la capital, Marina Restauración, a la que se le sancionó con la prohibición de volver a prestar servicios de este tipo en 10 años. Los daños afectaron al 50% de la obra del arquitecto español Manuel Tolsá realizada en 1803.
Liliana Giorguli, directora de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural, explica que se encuentran ahora mismo en la primera fase de diagnóstico de la pieza que durará hasta septiembre. El objetivo es recabar toda la información posible para que no vuelva a ocurrir algo similar a lo de hace tres años y además para recopilar un archivo con los detalles más precisos. "Se está haciendo un mapeo del basamento y de la escultura que nos detecta cada uno de los elementos, qué piedra es, qué alteraciones presentan los materiales, estamos haciendo una identificación completa, para no iniciar un proceso que no sea el adecuado", explica Giorguli.
El equipo encargado del proyecto en este primer acercamiento está formado por restauradores especialistas en metales, arquitectos, historiadores, sociólogos y químicos metalúrgicos. Con un dispositivo de rayos x los trabajadores registran cada uno de los elementos de las capas de la escultura y la base. "Hoy tenemos que estabilizar la pieza además de corregir los propios deterioros del tiempo en el monumento", explica Yanín Contreras, restauradora especialista en metales.
Los chorros de cobre azulados escurren desde la cabeza hasta los pies del caballo, pero la obra se suspendió antes de que rociaran también de ácido la parte trasera del monumento: "Si vemos la parte de la cabeza del caballo y la comparamos con la parte trasera, nos damos cuenta del desastre que hicieron", explica Giorguli. "La propia ejecución hizo evidente que no tenían ni idea de lo que estaban haciendo, incluso ataron los andamios a las patas del caballo, un restaurador de verdad no lo hubiera hecho jamás", añade Contreras.
Las expertas señalan que no es la primera vez que la obra sufre "alteraciones indebidas" a lo largo de su historia. "La espada que porta Carlos IV fue destruida en la Independencia y sólo quedó un trocito, el resto es más moderno. Además hemos encontrado ceras o pinturas que se le pusieron para homogeneizar la pieza. Pero nada tan grave y agresivo como lo que se hizo en 2013", insiste Contreras. Sobre el lomo del caballo se observan unos parches del siglo XIX para contrarrestar las incorrecciones de la fundición en bloque de una obra tan grande, mide casi seis metros de alto con la base y pesa aproximadamente nueve toneladas.
Aunque generalmente a las estatuas ecuestres se les reconoce por la relevancia histórica del hombre que monta el caballo, esta es una excepción. El recuerdo del penúltimo rey español de México quedó relegado en la Independencia a lo único mexicano que había en aquella escultura: Tambor, el caballo.
El monumento, realizado para coronar la plaza principal de la capital (en el Zócalo), fue escondido alrededor de 1821 en la Universidad Pontificia de México para que no lo destruyeran. En 1852 lo trasladaron a una de las glorietas símbolo de la modernidad del país, la que inauguraba el Paseo de la Reforma. Y desde 1979 se encuentra frente a la puerta principal del Museo Nacional de Arte.
El rostro de Carlos IV sigue pareciendo un chiste, algunos bromean con que se ha quemado bajo el sol del Caribe mexicano. La apariencia de la escultura, según coinciden los expertos, es el fruto de una de las peores restauraciones que recuerdan y cuyos daños, pese a todos los esfuerzos, pueden resultar "irreversibles".
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